La Imitación de Cristo

Ok, Dios, Ya Puedes Parar

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Después de un largo descanso por el cierre del coronavirus y la desaceleración regular del verano, estoy listo para reclamar mi lugar en el Católico de Rhode Island y reanudar mis temas de “La Imitación de Cristo”.

Terminé mi última columna en marzo con esta pregunta: ¿Cuáles son las lecciones espirituales de la pandemia del coronavirus? Ahora, seis meses después, podemos comenzar a responder esa pregunta.

Permítanme enfatizar, en primer lugar, que no creo que Dios envió este virus para castigarnos por nuestros pecados o para señalar el fin del mundo.

La pandemia ocurrió porque vivimos en un universo imperfecto. A lo largo de la historia hemos tenido y siempre tendremos pandemias, terremotos, huracanes, tornados, inundaciones e incendios, junto con enfermedades personales, accidentes y desgracias de todo tipo.

No obstante, hay algunas lecciones prácticas que podemos aprender de la experiencia de la pandemia.

Primero, es que no estamos completamente en control de nuestras vidas y fortunas. Muchos de nosotros no apreciamos los cambios en nuestras rutinas; no nos gustan las sorpresas y nos gustaría saber que traerá mañana.

Bueno, si la pandemia nos ha enseñado algo, es que realmente no tenemos el control de las fuerzas que nos rodean y no podemos predecir el futuro. ¿Terminara la pandemia y sus consecuencias el próximo mes, en seis meses o en un año? ¡Quién sabe! Hemos aprendido a lidiar con los golpes, ¿No es así?

La segunda lección es que nuestro comportamiento afecta a los demás. Si no tomamos en serio las precauciones de salud prescritas, por ejemplo, usar una máscara y distanciarnos socialmente, puede propagarse más la enfermedad y causar daño a otros. Y lo que es cierto a nivel físico es igualmente cierto en el ámbito espiritual.

Nuestro comportamiento, para bien o para mal, tiene un impacto en nuestros vecinos. Nuestra conducta recta y buen ejemplo anima a otros, pero nuestro pecado contamina la sociedad y nos deprime a todos.
La tercera lección de la pandemia es la necesidad de mantener nuestras prioridades en orden.

Las actividades que a menudo hacíamos, no han estado disponibles fácilmente: nuestra asistencia a misa, nuestras vi-sitas a familiares y amigos, nuestro deseo de comprar y viajar cuando y a donde queremos.

¿El punto? Todos los días debemos atesorar las bendiciones que el Señor no ha dado, porque pue-den desaparecer el día de mañana.

Entonces, está bien, Dios.  Puedes parar ahora. Puedes eliminar el virus. Hemos aprendido nuestra lección.

Algo para reflexionar:
¿Qué ha sido lo más sorprendente que le sucedió durante la pandemia?