Durante esta semana, miles de personas en toda la nación, y de nuestra Diócesis, viajaron a Washington por la Marcha anual por la vida. Conmemorando el cuarenta y un aniversario de la legalización del aborto por la Corte Suprema y en dicha fecha, esta marcha nos compromete a defender la vida.
Si nos preguntamos qué frutos ha obtenido la iglesia en los Estados Unidos hasta el momento, una sería, la presión de encontrar un ejemplo mejor de defender la vida en una forma consistente. Somos sin temor a equivocarnos, pro-vida. Creemos que toda vida, en cualquier etapa y lugar, es digna más allá de la imaginación.
Nosotros nunca seremos una nación que valora la vida sino valoramos la relación de la vida desde su comienzo. Las frases, hacer el amor y hacer la vida, van juntas. Cualquier esfuerzo en separarlas, nos lleva a una terrible consecuencia y obviamente lo hemos visto en estos últimos años.
El Papa Francisco dice, “La Iglesia no puede cambiar su postura referente al aborto. Y debo ser honesto en este asunto. No es algo como una reforma o “moderno”. No es algo “progresivo” el tratar de resolver los problemas eliminando una vida”.
El Papa no puede ser más claro. Los católicos debemos estar orgullosos de tener una iglesia que defiende la vida. Una cultura que no valora la vida es una cultura en declive, en descenso. Uno se pregunta en que ha fallado esta cultura porque las profecías de la iglesia han acertado.
La marcha de la vida es un tiempo para prometernos a nosotros mismos, el proteger a los más inocentes y vulnerables entre nosotros.
